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Las pelusas

Las pelusas - ¿Quieres venir a pasear con nosotros?
- ¿Con quién, mamá ? ¿Con papá y contigo? ¿Nadie más? ¡Sí! ¡Yupiiiii!

En el camino nos encontramos una pelusa redonda, era un Diente de León. Mi padre la cogió y me la puso delante de los labios.

- ¡Sopla, hija, sopla! ya verás que pasa…

Recuerdo muy bien ese momento, una hilera de minúsculas semillas salió disparada hacia el cielo, como si cada una de ellas estuviera prendida de un paracaídas invisible que la sostenía sin dejarla caer al suelo.

- ¿Adónde van mamá?
- Vuelan por todo el mundo y llegan a países muy, muy lejanos.

Otra tarde llegó hasta mí, como por arte de magia, una de esas semillas. Fue a parar a la palma de mi mano. Mi amiga Merce, que lo sabía todo, me dijo:

- ¡Pide un deseo, corre, pide un deseo y sopla! ¿Ya lo tienes? Sopla para que vuele lejos y el deseo se cumpla… pero ¡sopla ya!
- ¿Un deseo?

Quizás alguna niña en la otra punta del mundo había salido a pasear con sus padres y había soplado una pelusa y esa semilla con paracaídas había llegado desde allí para que mi deseo se cumpliera. ¿Habrían llegado volando las semillas que yo soplé hasta las manos de otra niña de un país lejano? ¡También ella podría pedir un deseo y se le cumpliría, como a mí!

En alguno de esos países lejanos de los que hablaba mi madre, una mujer deposita su deseo en una semilla que, por arte de magia, llega hasta mí. Y yo, también deposito mi propio deseo.

Yo deseo con toda mi alma, con todo mi ser, con toda mi energía, con todo mi amor cuidar, criar, tutelar, acariciar a una criatura que no puedo parir.

Ella desea con toda su alma, con todo su ser, con toda su energía, con todo su amor confiar la criatura de la que no puede ocuparse a una mujer que la cuide, críe, tutele, acaricie.

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