Aplastas la sandía hasta que su jugo te chorrea por el codo y separas las pepitas con destreza, te llevas un trozo enorme a la boca y escupes las pepitas que se te han resistido, me miras con cara de complicidad como preguntándote qué tal ando de humor y de paciencia hoy. Esa cara de pillina que me vuelve loca. Para colmo, encajas tu dedo índice en ese último trozo y te lo comes como si fuera un donut. Parece que me estés diciendo "tenemos un día redondo hoy...¿eh mama?".
- Vols més Júlia?
No puedo evitar reirme viéndote asentir insistentemente con esa cara de ¡qué rica está!
Me pregunto si te pasa como a mí, si la sandía te trae a la memoria nuestros primeros desayunos en Nanning.
¿Qué cosas podían gustarte de aquel bufete abundante y variado? Nunca faltaba el "congui" que los primeros días se me antojaba una tabla de salvación.
- A las niñas les gusta mucho sopa de arroz, "congui", siempre hay en desayuno - nos había dicho nuestra guía. Y era cierto, daba gusto ver como te comías tu tazoncito de sopa. Luego empezamos a probar cosas nuevas, yogur, bollitos de leche, zumos, jamón dulce, queso tierno... poco a poco fuimos descubriendo que estabas siempre dispuesta a degustar nuevas propuestas.
Les llegó el turno a las frutas, el platano nos lo reservabamos para la merienda o para un tentempié a cualquier hora, lo mismo pasaba con las manzanas y las mandarinas.
Tú no lo sabías aún, pero papá se "ponía malo" cuando nos veía a Nic y a mí pelearnos por la última raja de melón o cuando insistíamos en que probase el corazón de la sandía. Así que no podías imaginar que pondría aquella cara cuando vió que las dos frutas te encantaban.
Recuerdo que te dabamos trocitos pequeños, bueno, yo te daba trocitos pequeños, tienes que entenderlo, es superior a él. En su defensa hay que decir que por aquel entonces te resistías bastante a los encantos de tu padre y sólo aceptabas las cosas que te ofrecía mamá.
Tu hermano, se bastaba solo, se recorría el bufete de arriba a abajo, de derecha a izquierda. Aparecía con platos calientes recien preparados, siempre contundentes, sus huevos fritos con beicon, sus tortillitas de queso, sus salchichas de tofu..., casi siempre nos sorprendía con alguna cosa nueva, veía lo que a nosotros nos pasaba desapercibido y nos aprovisionaba de todo aquello que sabíamos que te gustaba. Vaya que más que ocuparnos de él, él se ocupaba de nosostros.
Toda nuestra atención recaía sobre ti, vigilabamos que no se te ocurriese saltar de la trona, troceabamos las frutas y los bollitos... hay que tener en cuenta que entonces no tenías tantos dientes ni nosotros tanta práctia, además, teníamos una reserva limitada de baberos y, aunque lo intuíamos, aún no sabíamos que tenías tanto sentido común.