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A dormir

¡Es hora de dormir!

- Bona nit papa!

- Bona nit tete!

Empieza ese ritual que suena cantarín, que alarga las palabras caprichosamente y que anuncia el fin de la jornada. Júlia se despide siempre de su padre y de su hermano con la mejor de sus sonrisas, con besos sonoros y dulces, agita su manita diciendo adiós con tanta gracia, con tal ímpetu que querrías repetir y repetir ese momento sólo para verla.

- Bona niiiiiiiiiiiit Júlia... un altre petó pel tete!

Siempre hay un par de peticiones que multiplican las risas y hacen que llegue a la habitación con ganas de ¡jaleo, jaleo!.

Jugueteamos un poco o un mucho, cantamos alguna canción y , aunque reina la penumbra, intercambiamos miradas de complicidad.

Poco a poco llega la calma y nos estiramos sobre la cama.

Uf! toda mi espalda se queja y siento las lumbares doloridas que se relajan y las cervicales que se recolocan. Apenas tengo tiempo de rectificar la postura. Júlia se sienta sobre mi vientre y se deja caer sobre mí con total confianza hasta acomodar su mejilla sobre mi pecho, como si escuchara atentamente los latidos de mi corazón. Intenta rodearme el cuello con uno de sus brazos pero se lo piensa y lo apoya firmemente sobre mi hombro, mueve la cabeza de un lado a otro y estira o encoge las piernas hasta que encuentra su mejor acomodo. Siento su peso y su calorcito.

Se me antoja una ranita estirada sobre una paciente hoja de nenúfar que protegida por la oscuridad de la noche espera la llegada de Morfeo.

Escucho su respiración tranquila y siento su aliento contra mi piel, acaricio sus manitas, las puntas de los dedos de sus pies, recorro su cuerpecillo con la palma de mis manos con una ternura que redescubro y estreno cada noche. Siento su pulso sobre mi cuerpo y el ritmo de los dos corazones que conversan alegremente.

Cierro los ojos y las respiraciones y los latidos se acompasan hasta reducirse a un susurro que acaricia el alma.

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